sábado, 14 de diciembre de 2013

¿DÓNDE ESTÁ LA FELICIDAD?


           La Felicidad, tan ansiada por el hombre, está al alcance de la mano y consiste, nada más ni nada menos, que en desarrollar la capacidad de vivir.
           El problema es que nadie sabe cómo hay que hacer para vivir y confunde el estar vivo con la capacidad de absorber sensaciones.
           Vale decir: confunde la vida real con la “borrachera” de la vida y por esto bebe hasta embriagarse, baila hasta intoxicar el corazón y se miente que ama intensamente y, justificándose con eso, abusa del sexo, por ejemplo, y se suicida.
           Bastaría, (y de hecho basta) que tan sólo una vez pudiera asomarse a la vida para salir del lado oscuro de la calle.
           La FELICIDAD es un estado INTERNO. No tiene ninguna relación con lo externo ni con nada que provenga o se pueda encontrar en el mundo que nos rodea.
           El problema es que si el hombre logra sentirse feliz internamente jamás logrará explicar eso, porque todo lo interno es inexplicable.
           Sin embargo el que llegue a conocer ese “estado feliz” verá, con asombro, como todo lo externo cambia y parece “amoldarse” a lo que él está viviendo.
           Además descubrirá que no tiene que explicar nada.
           “EL QUE AME  LA VIDA LA PERDERÁ”.
           Jesús sabía lo que estaba diciendo pero no se hizo entender y la gente, hasta el día de hoy, no comprende.
           Sus discípulos se limitaron a repetir sus palabras pero tampoco entendieron. Ni siquiera se dieron cuenta que fueron elegidos sólo para repetir y así mantener viva esa palabra pero no para comprenderla.
           Aquel que logra, entonces, penetrar en el significado de la felicidad y experimentarla queda privado, inmediatamente, de compartir ese logro con sus semejantes.
           ¿Por qué?
           Yo quisiera saberlo pero no lo sé.
           He leído miles de páginas de libros técnicos que “enseñan” cómo lograr esto, o cómo lograr esto otro, pero no he entendido nada”.
           Sin embargo, sé que si dedico treinta minutos diarios a cuidar de mi cuerpo, por ejemplo, todo va a andar mejor.
           Pero no lo hago. A veces lo hago y todo anda mejor. Entonces resulta. Es una verdad. Una verdad que yo he palpado. Que yo he Vivido. Que nadie tiene que explicarme. Que yo sé.
           Sin embargo lo hago un tiempo y luego lo dejo.
           Entonces lo que andaba mejor empeora y comienzo a quejarme.
           Así descubro que no quiero que las cosas mejoren. Que reclamo mi cuota de felicidad pero que, en realidad, no quiero ser feliz.

           ¿Cómo entender eso?

           NO debes olvidar que los hombres se dividen en dos categorías: Los que DICEN y los que HACEN.
Los únicos que valen son los que HACEN.

"Sólo por hoy intentaré ser feliz."

T.F.

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