2182. Por debajo de mi puerta, silenciosamente, se desliza un
papel, doblado en cuatro. Serían las cinco de la tarde.
2183. Lo levanto, pensando en cualquier cosa y siento miedo.
2184. Alguien garrapateó unas líneas, con tinta roja, y se atrevió
a llegar hasta la población, donde un día recibimos, por obra y gracia de
nuestro Presidente, nuestra primera casa.
2185. Mis ojos cansados, de la noche sin dormir, se negaban a ver.
2186. “No te asiles, compañero, te necesitamos”.
2187. ¿Quién escribió eso? ¿Quién se arriesgó a morir y llegó con
esas líneas hasta donde ya estaba?
2188. Afuera sonaban los balazos y se oían carreras.
2189. Yo ni siquiera había pensado en el asilo. ¿Por qué tendría
que hacer eso?
2190. Así empezó la espera y mientras quemaba la nota recibida
sentí que había gente conmigo y que no estaba solo.
2191. Reuní a mi familia y les dije: "No me moveré de mi
casa, me prepararé y esperaré, porque deben saber que más tarde o más temprano
vendrán por mí. Entonces, no sé si volveré. Quiero que sepan eso y que no lo
olviden nunca. Mi único delito es haber creído en una idea de justicia. Cuando
me lleven me acusarán de horrores que Uds. no imaginan. Nada de eso es cierto.
Nada".
2192. No sé si mis hijos entendieron, pero los ojos de mi
compañera, se llenaron de lágrimas.
2193. Ninguno me pidió que huyera, que me escondiera, o que
corriera. Respetaron mi decisión y, desde estas líneas, pasados tantos años,
les agradezco esa prueba de confianza.
2194. Nadie, absolutamente nadie, ha creído en mí, como creyeron
ellos, en aquel tiempo de infierno y muerte.
2195. Así comenzó la espera. Me vestí calcetines de lana, zapatos
gruesos y gruesos pantalones. Sweater para el invierno, tejido por las manos de
mi mujer obrera, y un abrigo pesado, muy pesado.
2196. La Radio y la Televisión difundían noticias escasas y sólo
las bandas militares resonaban, en mis oídos, más fuerte que el cañón.
2197. Se acabaron todos los derechos. Y yo esperaba. Se
amontonaron los cuerpos de los muertos, detrás de la muralla del Cementerio
Metropolitano. Y yo esperaba. Mis hijos no iban a la Escuela. Y yo esperaba.
Enfundado en mi abrigo, pesado y grueso, yo esperaba.
2198. Amaneció un día. Amaneció otro. Dormíamos a ratos. Los niños
preguntaban. Sonaba la metralla y agujereaba ventanas y paredes.
2199. Dormíamos en el cuarto de baño, abrazando a los niños.
Alguna bala loca podría hacerles daño, como mató al hermano de aquel hombre
sencillo con el que trabajé, en algún escenario y que una vez, algún tiempo más
tarde, me culpó de su muerte, de dolor, nada más.
2200. Once días exactos, después del once, fui llevado al
infierno.
2201. Había llegado la hora.
(Continuará...)
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