lunes, 11 de julio de 2016

EL NORTE (Partiendo...)



EL NORTE.

180. La Calera fue sólo Estación de pasada, en aquel año de 1965, cuando abordamos un tren, mi compañero y yo, decididos a viajar hacia el Norte, siempre hacia el Norte, la tierra de la Luz.

181 Yo nunca había visto un tren pequeño, de “TROCHA ANGOSTA” le llamaban.

182. Eran trenes que se perdían, por semanas enteras, en el inmenso desierto que yo no conocía.

183. Así decían todos los que habían viajado a buscar, en el Norte, lo que hay en todos lados.

184. El tren llevaba carros de pasajero y carga de modo que no había horario de parada.

185. Yo venía del Sur, desde los trenes grandes, así que no imaginaba demorar varios días en llegar a Coquimbo que también era Puerto, pero un Puerto distinto al que llevaba mi alma.

186. Comenzó a desaparecer el verde. Aparecieron los cactus y las piedras, Unas cabras que mordían, no sé qué, entre las rocas y los burros montados por un niño y cargados de leña.

187. Llegó la noche fría, el hambre y la sed. Los otros pasajeros llevaban provisiones: agua, huevos duros, sándwiches, mucha fruta. Nosotros tiritábamos y procurábamos pensar, en el duro destino que nos dolía en medio del estómago.

188. Villarreal, como siempre, tuvo la mejor idea: ¿y qué tal la guitarra? ¿Serviría esta vez?
Cantamos, despacito, cuatro viejas canciones que hablaban de nostalgias y de amores perdidos.

189. Alguien nos aplaudió y se acerco a nosotros con un vaso de vino. Luego vinieron otros. Cantamos animados por el vino chileno, luego nos ofrecieron presas de pollo frío y después de comer, hablar de tiempos idos, con aquellas personas que nunca más he visto, nos quedamos dormidos y la vieja guitarra, compañera querida, también durmió, a mi lado, abrazada conmigo.

                                       COQUIMBO.

190. Dos días de rodar y estamos en Coquimbo.

191. En la Pensión “La Estrella” descansamos, los huesos, en una cama blanda, de sábanas zurcidas, que recibió mi cuerpo con la fresca caricia que yo necesitaba para seguir entero.

192. La octogenaria dueña nos trató como a hijos, en la Pensión “La Estrella” del Puerto de Coquimbo.

193. De nuevo estaba el mar con su orilla de espuma bordado en blanco encaje por un hada madrina.

194. Bañados, descansados, salimos muy contentos a caminar las calles de ese pequeño Puerto.

195. Un Cormorán, alado, como en Valparaíso, raudo, sobre las olas, vigilaba a sus hijos.

196. Antes que fuera noche buscábamos trabajo.

197. La idea era emplearnos de artistas permanentes. No volver a los bares, como hasta allí había sido.

198. Así llegamos hasta “La Coquimbana”. Una Quinta de flores donde nos emplearon.

199. Trabajo, el primer día, conseguimos mostrando una fotografía que una vez nos tomaron cuando en Limache pueblo fuimos contratados, esta vez como “artistas” y jamás nos pagaron.

200. Pero quedó la foto así es que algo ganamos y, esta vez, en Coquimbo fue nuestra gran ayuda.

201. El dueño dijo: ¡canten! y nosotros cantamos. No pedíamos más sólo que nos oyeran.

202. Nos teníamos fe y así tenía que ser. Para andar este oficio no existe otra manera.

203. Se empieza dando pruebas y se sigue en lo mismo hasta grabar un disco, o algo parecido.

204. Después “El Tropicana”, boite de trago y vicio, donde nos dieron todo, desde un sueldo hasta un plato de comida porteña que nos sabía a gloria y que hubiese durado, quien sabe mucho tiempo, si este Villarreal y sus líos de faldas no hubiesen terminado, de golpe, con la historia.

205. Huimos de Coquimbo, de la “Pensión La Estrella”, por una estrecha ventana, con un garzón amigo que era de Copiapó y huimos, escondidos, debiéndole a la pobre viejita octogenaria los días de pensión y el valor de la cama.

206. Así me hice ladrón, viajando a La Serena, sin un solo centavo, apenas un pasaje, de bus, en el bolsillo. No sé qué es Copiapó, sólo sé que es el Norte.

207. El Norte, más al Norte. Sabein Saavedra, amigo, nos llevó de la mano por aquellos caminos, hasta ese Copiapó pueblo desconocido.

208. En Coquimbo quedó mi primera ilusión de encontrar compañera para esta vida errante. No recuerdo su nombre, (lo buscaré en mi Diario).

209. Yo no sabía, entonces, que un hombre sin mujer no encontrará su Norte, por mucho que lo busque, y si lo encuentra, dicen, no servirá tampoco.

210. Es la Ley natural que yo no conocía y que estaba aprendiendo de tanto andar y andar.

211. A las seis de la mañana, estando en La Serena, los cientos de campanas de las tantas iglesias, me avisaron que el día llegaba y ya era tiempo de seguir el camino hacia el seco desierto.

212. El tiempo de aventura tenía sol y luna. Respiré muy profundo, el aire, esa mañana. Pensé en mi añeja vida y me lancé a la calle con la vieja guitarra que me diera mi madre.

213. Yo sería cantor, algún día. Por eso no importaba sufrir. Sólo estaba aprendiendo para cantar la vida.

COPIAPÓ.

214. Copiapó me pareció muy seco. Con árboles enormes en la plaza. Pero todo estaba lleno de tierra, mucha tierra, y había olor y sensación a falta de agua.

215. Aprendí que Juan Godoy, alguna vez descubrió unos yacimientos minerales y que el hombre, en su ambición, emigró hacia esos lugares y fundaron Copiapó, tierra desierta de mineros y cerros.

216. Nosotros nos hicimos cantantes del “Rosal”, dominios del “Marqués”, donde nuestras camisas empezaron a verse viejas y un poco desteñidas.

217. ¿Por qué nunca alcanzaba el dinero ganado? Ya éramos “artistas, no “mangueros” de bar, pero había problemas que nunca imaginamos.

218. En el mundo del bar todo era como era. No había que sonreír si uno no quería y la gente pagaba si el canto le gustaba y la meta era, apenas, un plato de comida.

219. De “artista” era distinto. Todo era aparentar. Mendigar por un sueldo, de sobra merecido, y había que defenderse de un mundo de enemigos que crecía y crecía si éramos aplaudidos.

220. El éxito es la muerte, o la guerra eterna. No hay paz, honestidad, todo es mentira, todo. En el fondo del alma se quedó la verdad, aplastada, doliente, doliente y aplastada.

221. Nos pusimos muy serios, incluso nos peleamos, por cualquier tontería, varias veces al día. Hasta que decidimos continuar nuestro viaje. El tiempo nos había causado dos heridas.

222. Como el dinero no sobraba (más bien faltaba) pagamos la pensión con una pistola (¿?) y nos fuimos de Copiapó camino a Antofagasta. 

223. No es muy común pagar el alquiler con un arma de fuego, pero así se iba haciendo esta  vida, atípica,  que tengo.

224. En Copiapó dejé otra madre. Una mujer humilde que me quiso mucho y de la que guardo un eterno recuerdo.

225. Estábamos entrando en el desierto. Atrás quedaba Copiapó, su plaza, sus pimientos y la oscura profecía del sacerdote negro.

226. Algún día, después de esta aventura, te hablaré del Cerro de la Cruz y todo eso.

(Continuara...)

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