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viernes, 19 de junio de 2015

Mi Padre... Y Un Poco De Su Historia...

Que saquen a la novia a bailar........

Tengo 40 años de vida... y desde que tengo recuerdos, mi padre ha estado presente, con su sabiduría, sus enseñanzas, su amor, su eterna paciencia, bendita calidez y mucho más. Su abrazo de oso y su beso de sifón en la nariz. 
Amor filial
Mi padre es el hombre que mas he amado en la vida, sin duda... Imposible negarlo porque sería como negar el amor que le tengo a mi madre... 
Hoy se celebra el dia del padre en mi pais y con mucha pena, no puedo darle el beso ni el abrazo que quisiera, porque estamos tan lejos... Por eso en estas lineas reflejo un poquito cuanto Te Cero papito lindo... y de pasada les dejo parte de su historia... asi conocen a mi papi, algo más... es que estoy mas que orgullosa de ser su hija... 

TITO FERNÁNDEZ.

(Extracto del libro "La Vida, el Canto y el Maestro" 
de Tito Fernandez)

Un día mi madre me inscribió en un concurso de aficionados, en Radio La Frontera de Temuco, donde me escucharon recitar y quedé clasificado para participar en el que sería uno de los tres únicos concursos artísticos que he ganado en mi vida.

En el programa final recité un largísimo poema, de autor olvidado y de letra olvidado llamado “Señor”, y obtuve el primer lugar entre puros concursantes adultos, una fotografía de Estudio y algo de dinero del que nunca me enteré porque lo recibió mi madre y debe haberlo ocupado en algo útil porque si yo lo hubiera recibido no me habría servido de nada ya que tenía siete años y el dinero era un misterio desconocido y por lo tanto sin resolver.

En esa Radioemisora canté muchas veces en sus “programas de aficionados” y sin darme cuenta la gente de mi ciudad me empezó a conocer.

Ocho años antes de encontrar al Maestro (1960) una tarde subí las escaleras de Radio Cooperativa Vitalicia, de mi ciudad, a intentar que me dejaran cantar allí, donde había alguna actividad con artistas locales.

Hablé con su Director artístico (Hernán Espina Rojas) y este me escuchó y me destinó a un programa que se transmitía a la medianoche y que se llamaba “La noche es tuya, amiga”.

El conductor de ese programa se llamaba Felipe Tranquino (en el tiempo en que escribo estas letras está fallecido) y mi trabajo consistía en cantar un bolero, a las doce de la noche, justo después que la señal de la radio daba la hora.

Así gané mi primer sueldo, que no consistía en dinero sino en una especie de trueque que hice con el Director de la radio porque la radio no tenía dinero para cantantes ni nada parecido.

A cambio de mi bolero diario, a medianoche y de lunes a viernes, yo tenía acceso a la discoteca de la Emisora lo que era un tesoro que no tenía precio.

Por esa razón Tito Fernández tenía un repertorio tan distinto al resto de los artistas de la ciudad. Y, a propósito, en ese programa me bauticé como Tito Fernández.

Tito Fernández, entonces, nació el 15 de Marzo de 1960, en Radio cooperativa Vitalicia de Temuco, en el programa “La noche es tuya, amiga”, conducido por el locutor Felipe Tranquino y siendo Director de la Emisora don Hernán Espina Rojas y estando, yo, ausente (¿?).

Por eso nació grabado porque yo estaba en Santiago renunciando a mis estudios en la Fuerza Aérea de Chile para dedicarme al canto, asunto que no le gustó ni a mi madre que era la única que me apoyaba. (De mi padre ni hablar).

Yo había grabado veintitantos boleros para ser difundidos hasta mi regreso, sin uniforme y con unas tremendas ganas de dejarme crecer el pelo.

¿Por qué me bauticé con ese nombre? Porque necesitaba que no supieran que era yo el que cantaba ya que ese era un secreto entre mi madre y yo ya que mi padre seguramente no lo hubiera aprobado porque, como toda su vida trabajó en el Hospital Regional, quería un hijo médico y no cantante.

¿Y por qué Tito Fernández?

Porque a la persona que yo más admiraba, en el barrio, era un muchacho menor que yo al que le decían Tito (Tito Monsalves) y porque Fernández era el apellido de mi madre que siempre dijo que yo iba a ser poeta y porque debía tener un complejo de Edipo del porte de una catedral, complejo que debe haberse acrecentado con el tiempo y la ausencia de mi madre.

Anoto, en estas líneas, que mi amigo Tito que dio origen a mi nombre, murió muy joven, en un accidente de automóvil, y mi madre también murió muy joven a causa de un cáncer fulminante.

Sin embargo yo sostengo, también desde estas líneas, que ambos están vivos en este personaje que hoy subirá al escenario, otra vez, a recibir los aplausos del público que no sabe nada de lo que te estoy hablando.


(Enero de 2006 Salto del Laja, Octava Región, Chile).

martes, 16 de junio de 2015

Acerca de la Seguridad en Sí Mismo.


Un día un sabio maestro recibió la visita de un joven que se dirigió a él para pedirle consejo:
— Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo, le dijo:
— Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... y haciendo una pausa agregó: — si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
— E... encantado, maestro— titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—Bien— asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y al dárselo al muchacho, agregó:
— Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, quienes lo miraban con algún interés.
Pero les bastaba el escuchar el precio del anillo; cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y solo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Triste, subió a su caballo y volvió a donde el maestro se encontraba:
— Maestro -dijo- lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera obtener dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
— Qué importante lo que has dicho, joven amigo —contestó sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
— Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
— ¡58 MONEDAS! — exclamó el joven.
— Sí, -replicó el joyero— yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
— Siéntate —dijo el maestro después de escucharlo— Tú eres como este anillo: Una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?