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lunes, 4 de julio de 2016

ME VOY DEL PUERTO...



EL PUERTO Y LA MESA.

164. Una Merluza frita, acompañada de una verde ensalada de lechugas, es un poema de mar y sal en este Puerto.

165. Y un trozo de Congrio Colorado, rociado con jugo de limón (también frito en aceite) generoso de carne rosada y blanca, de un vaso de vino acompañado, blanco como la carne, o rosado como la tarde, huelen y saben a la vida del mar.
166. Yo amo los Erizos y los Piures, mezclados en un plato, con un poco de pimienta sal y aceite amarillo, cebolla en cuadraditos y cilantro traído desde la Feria, verde.

167. Te cuento todo esto por si un día te preguntan: ¿Qué comía el poeta cuando estaba en el Puerto? (¿?)

168. A veces una jaiba, de patas y más patas, era tesoro, dulce, embadurnando manos, bigotes y demases, mientras reía el alba y era hora de irse.

169. Sin embargo nunca me fuí Estoy aquí, esperando mi turno de zarpar de esta vida para atracar en el muelle, celeste, donde sueltan el ancla los barcos que se van y se desaparecen.

170. Yo no nací ni barco ni marino... pero puedo aprender.



ME VOY DEL PUERTO.

171 Pido perdón por hablar de este Puerto nocturno, bohemio y único.

172. De día debe ser diferente pero no tuve la oportunidad de saberlo. Había que esperar que se cayera el sol al mar y entonces, recién, enfilábamos los pasos hacia el destino diario.

173. Nunca pude extender la mano para pedir dinero. Sólo podía cantar.

174. Pero Villarreal sí podía y, mientras yo cantaba, sentado sobre una mesa, la canción favorita del negocio de turno, extendía la mano, recogía las monedas y era una especie de tesorero, activo, que recogía bien, gastaba bien y repartía bien.

175. Un día decidimos irnos hacia el Norte. Hicimos la maleta con un par de zapatos, dos pantalones pobres, dos camisas negras, un blanco pañuelo para el cuello y la vieja guitarra.

176. Yo me despedí del viejo Puerto con una lágrima grande
y, esta vez de día, abordamos un tren hasta Calera.

177. Los cerros, alumbrados por el sol, eran de un verde diferente y las casas tenían las ventanas brillantes.

178. De nuevo me fuí y de nuevo no me fuí Aunque el tren rodara miles de kilómetros, hacia el desierto, mi corazón se quedaba adherido a una roca, junto al mar, en el eterno Valparaíso que no podré olvidar mientras viva.

179. Porque no existe, en el mundo, una calle - escalera que conduzca hasta el cielo como en el viejo Puerto donde los hombres te dan la mano para siempre.


EL NORTE.

180. La Calera fue sólo Estación de pasada, en aquel año de 1965, cuando abordamos un tren, mi compañero y yo, decididos a viajar hacia el Norte, siempre hacia el Norte, la tierra de la Luz.

181 Yo nunca había visto un tren pequeño, de “TROCHA ANGOSTA” le llamaban.

182. Eran trenes que se perdían, por semanas enteras, en el inmenso desierto que yo no conocía.

183. Así decían todos los que habían viajado a buscar, en el Norte, lo que hay en todos lados.

184. El tren llevaba carros de pasajero y carga de modo que no había horario de parada.

185. Yo venía del Sur, desde los trenes grandes, así que no imaginaba demorar varios días en llegar a Coquimbo que también era Puerto, pero un Puerto distinto al que llevaba mi alma.

186. Comenzó a desaparecer el verde. Aparecieron los cactus y las piedras, Unas cabras que mordían, no sé qué, entre las rocas y los burros montados por un niño y cargados de leña.

187. Llegó la noche fría, el hambre y la sed. Los otros pasajeros llevaban provisiones: agua, huevos duros, sándwiches, mucha fruta. Nosotros tiritábamos y procurábamos pensar, en el duro destino que nos dolía en medio del estómago.

188. Villarreal, como siempre, tuvo la mejor idea: ¿y qué tal la guitarra? ¿Serviría esta vez?
Cantamos, despacito, cuatro viejas canciones que hablaban de nostalgias y de amores perdidos.


189. Alguien nos aplaudió y se acerco a nosotros con un vaso de vino. Luego vinieron otros. Cantamos animados por el vino chileno, luego nos ofrecieron presas de pollo frío y después de comer, hablar de tiempos idos, con aquellas personas que nunca más he visto, nos quedamos dormidos y la vieja guitarra, compañera querida, también durmió, a mi lado, abrazada conmigo.


(Continuara...)

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