DESIERTO, HACIA ANTOFAGASTA.
227. Voy por el desierto caminando. Sueño que paso a paso voy hundiendo la arena, la tierra seca de milenios sin lluvia, los cerros sin un árbol, sin un verde de hierba.
228. Yo que nací en el Sur me siento, aquí, perdido y camino y camino bajo el sol, en el día, que reseca mis labios y me duele en los ojos. Paso a paso, gastada, se va yendo mi vida.
229. La noche, en el desierto, es más bella que bella. Se levanta una mano y se coge una estrella. La luna es una luna redonda y amarilla y mi sueño de niño la toma y la acaricia.
230. Luna del Norte, seco, eres como una madre. Pálida y luminosa. Hermosa, muy hermosa.
ANTOFAGASTA.
231 Antofagasta es la perla. La perla de este Norte. Sentados en la plaza del Mercado, con un huérfano peso en los bolsillos, el estómago vacío y la terrible desesperanza, nos mirábamos y nos preguntábamos: ¿qué haremos?
232. Se nos acercó un tipo de cara sospechosa, de cuerpo sospechoso, de actitud sospechosa y, mirando sospechosamente a todos lados, nos ofreció un bluejeans americano.
233. Contrabando sacado desde algún barco perdido, porque Antofagasta es puerto grande y atracan, también allí, los marineros que vienen, desde lejos, en sus barcos gigantes.
234. Creo que no había, en toda esa plaza, peores clientes que nosotros ese día de sol y esa tarde de hambre.
235. Nos reímos, con ganas, del vendedor ladrón, luego le conversamos de nuestra situación.
236. Nos dijo: “Si me dan algo de lo que ganen yo los llevo a un lugar donde pueden cantar y tal vez algo pase”.
237. No nos creía mucho pero no me importaba, la cosa era distinta con canto y con guitarra. Villarreal le dio el peso que teníamos a un pequeño muy pobre que pasó a ser muy rico. (Por lo menos un peso había en sus bolsillos) en los nuestros ni migas, de añejo pan, teníamos.
238. Seguimos al fulano por cuadras y más cuadras, se había hecho de noche y seguíamos andando detrás de aquel tipejo pequeño, sucio y flaco, que nos llevaba lejos del Centro y del Mercado.
239. Por fin, después de tiempo, a destino llegamos. Pleno barrio de putas, Restaurante “El Dorado”. Leí “Casa de Cena” en un viejo letrero que se venía al suelo de viejo y de gastado.
240. Entró a hablar con el dueño (el tipo extraño aquel) y salió muy contento “entren y canten”, dijo. Nosotros, con el hambre bárbara que teníamos, entramos y cantamos, con el alma en un hilo.
241. A la cuarta canción una bella señora salió, desde una mesa, con un plato en la mano y le dijo a todo el mundo: “¡A ponerse muchachos! y nos sirvió un montón de billetes al plato” (¿?)
242. Después, en una mesa, nos sirvieron comida. Me dieron un “Rossinni”, que yo no conocía, pero no me importaba al fin era comida, con vino de la casa cambiado por bebidas.
243. La señora era esposa del dueño de una Radio, llamada “Libertad”, donde nos contrataron. El dueño de la “Casa de Cena” también nos contrató y nos sobró el trabajo.
244. En una sola noche solucionamos todo. No dieron hasta casa. Cantamos otro poco, nos “juntaron” más plata (parecía mentira) y el tipejo del cuento tomó lo que quería. Se despidió de todos (era muy conocido) se marchó a alguna parte y nunca más lo vimos.
245. Así Antofagasta nos recibió, mi amigo, con los brazos abiertos y cambió mi destino, porque fue en esa tierra cuando, un día cualquiera, tomé un lápiz, un cuaderno, y me hice poeta.
246. Ahora te voy a contar cómo fue que ocurrió el milagro del verso, del canto y del cantor.
EL CANTOR.
247. En la pecadora calle Bellavista, (¿o se llamaba Iquique?). Puerto de Antofagasta, estaba la Casa de Cena “El Dorado”, justito al lado del famoso prostíbulo del maricón Rafael que, años después, fuera encontrado muerto, tirado en la playa, víctima de uno de esos crímenes “pasionales” tan comunes en esta América Nueva (¿?)
248. Esa era tierra de putas y de gatos. De gatos gordos, asexuados y flojos, que llegaban a la Casa de Cena y se paseaban, como Pedro por su casa, entre las mesas y la clientela que los conocía, a todos, y los llamaba por sus nombres, como parte de la noche inevitable.
249. Nosotros nos sumamos a los gatos. En el deambular entre las mesas y en el cariño compartido. Sólo que nosotros llevábamos la música y, vestidos de negro, poníamos la nota de alegría (¿?) a la cena, trasnochada, o la nota romántica si la situación así lo requería.
EL RUBIO.
250. A Don Víctor Hernández lo apodaban “El Rubio”. Nació entre malandrines, se hizo jugador, se jugó la existencia (vale decir, la vida) y creció siendo guapo, sobreviviendo a muchos para darnos la mano y un plato de comida.
251. Desde estas líneas simples lo nombro con respeto y le doy mis saludos y mi eterno recuerdo. Él nos abrió las puertas de su casa, nos ofreció un trabajo y nunca pidió nada.
252. ¿Cuántos años de vida, con una pierna menos, lidiando en el peligro, constante de la noche, vivirá Víctor Hernández con su eterno “Dorado” esperando por tiempos que puedan ser mejores?
253. Cinco años tras las rejas de una prisión infame nos separaron, fieros, y nada fue como antes.
254. Levantar “El Dorado”, tarea de gigantes que sólo “El Rubio” pudo. Y volví muchas veces a cantar en su pista de cabaret moderno que no le quedó bien porque “El Dorado” eterno, el de la calle Bellavista (¿o Iquique?), ya no recibiría a jóvenes con hambre que buscaban la vida.
255. Se acabaron las putas, se murió Rafael, se demolieron casas, se “adecentó” el sector, le pusieron asfalto a las calles de tierra, crecía Antofagasta y sentíamos pena.
256. Se acabaron las noches de cantar en las mesas, los viejos personajes de la vida bohemia buscaron otros rumbos y vagaban perdidos, sin saber donde ir, después de oscurecido.
257. “El Dorado Primero”, “El Dorado Segundo”, “El Dorado Tercero”, El Dorado Cuarto”, “El dorado Quinto” y hoy “El dorado Sexto”.
258. Está bien; el progreso nos cambió el decorado, no sé qué fue del Rubio, de mi Flaco Salcedo (que me enseñó a ser “garza”). ¿Qué fue de Fernandito? ¿Qué fue de Jaime Acory?. Muerto el “Maestro Gallo” ¿quién tocará el saxo alto? En el “tenor” estaba el “Cheo Santelices”, el “Gordo Mena” al piano. ¿Qué será de Juanito? ¿Estará el “Tuerto Chicho”? ¿Y el viejo “Mansos Lomos” que se quedó cantando los versos de “María”?
EL CANTOR (2).
259. Un día desperté. Cambié toda mi vida. Escribí, en un papel, los versos de “Mi Hijo”. Alguien, no sé de dónde, me dictó en el oído las palabras sentidas de ese poema lindo que, hasta el día de hoy, el público me pide y que fue la partida del “artista” que escribe.
260. Hoy me han premiado tanto por mis torpes escritos, por mis sencillos cantos, que el tiempo que te cuento sería una mentira si no estuviera viendo las páginas de un “Diario” que viene de ese tiempo.
261. En la casa del “Rubio”, una casa celeste allá en la calle Prat siete setenta y seis (creo) nació “El Temucano” (sin saber, por supuesto) una mañana extraña que recuerdo y recuerdo.
262. Más de dos mil kilómetros, desde mi punto de origen, tuve que caminar para hacerme poeta. La cosa era atreverse. El caminar la tierra, no importa lo que cueste, hace la diferencia. El hombre que se mueve y el que se queda quieto no pueden ser iguales, es la Ley, en el tiempo.
263. Me fui de Antofagasta con algo de tristeza. No podía quedarme, esa no era mi meta.
EL DESIERTO.
264. Por un interminable camino de calamina rueda el station wagon, con doce pasajeros.
265. Mi guitarra conmigo, yo con mi compañero. La verdad es que me siento bastante protegido por este hermano extraño que me encontré en el Puerto.
266. La noche se ha dejado caer sobre el desierto. Todos duermen tranquilos mientras afuera el viento se lleva los aullidos de las almas en pena, de los viajeros muertos que vagan por la arena.
267. Aquí hubo una guerra, por cosas de los hombres, y cayeron muchachos, en el setenta y nueve, peleando peruanos, chilenos, bolivianos, por esta seca tierra que se mueve y se mueve.
268. Yo miraba asombrado una luna grandota que iluminaba todo (léase, todo, un cerro), mi alma de poeta corría por la pampa y hacía, en mi guitarra, un dúo con el viento.
269. El viaje hasta Arica duraba doce horas, en unas vagonetas de doce pasajeros. Todo era una docena de gentes sudorosas que olían muy extraño para este forastero.
270. La oficina Victoria quedaba en el camino. Y reviví la historia del tiempo del salitre, cuando el inglés nos daba migajas de un tesoro que se llevaba lejos, empobreciendo a Chile.
271. Las horas y el desierto son para un viejo cuento. Recordar y soñar, sentirse aventurero. Poco más de veinte años no es mucho, compañero, pero así se comienza a hilvanar este cuento.
272. Tal vez pueda, algún día, contarte en otros versos cómo años más tarde, este mismo desierto, que era parte de mí, de gozo y sufrimiento, me juntó con dos naves que bajaron del cielo.
273. Pero eso es otra historia, por hoy vamos rodando, bajo viejas estrellas, con apenas veinte años. Siempre al Norte, hacia el Norte. En busca de otro canto, con una herida enorme que me dolía tanto.
274. Siempre tuve una herida que nadie ha conocido. La que me hizo poeta y me mantiene vivo.
EN EL DESIERTO.
275. Aquí, en el desierto de Atacama, donde, si te empinas un poco, puedes tocar el cielo con la punta de los dedos. Hay una historia, que nos cuenta de los hombres que vinieron del azul y luego se marcharon de regreso a ese cielo.
276. Yo viví en ese tiempo. Y conversé con ellos, y los llamaba Dioses (sus nombres no recuerdo). Yo era como tú, en nada era distinto. Sólo era más longevo y de blancos cabellos.
277. Por eso cuando un día, en tiempos de este cuento, yo “adivinaba” el Norte, lecho de mar, es cierto, pero Norte, si vienes desde el extremo Sur de este Planeta Tierra que es desde donde yo vengo.
278. Siempre supe de cosas que los demás no hallaban, ni detrás de las rocas ni en el silbar del viento. En mi casa hay un trozo del valle de la luna que es un pedazo, vivo, de este “duro” desierto.
279. (Sin embargo me bastan un par de gotas de agua para tener el mar, en el Norte, de nuevo).
280. Esta extraña “salida”, del tiempo de mi cuento, me la dictó al oído un sabio, de muy lejos, que pretende, te enteres que eso que llamas tiempo es canto repetido en un círculo eterno.
281 Y si digo “muy lejos” es para que me entiendas, no importa de qué forma, que dentro de ti, dentro, tienes un sol radiante y estás lleno de estrellas y que es un Universo el total de tu cuerpo.
282. ¿Nunca te has preguntado, si has leído hasta aquí, por qué son mil estrofas las que debo escribir?
283. Uno más cero, es uno. Y, más cero siempre es uno. El uno es el comienzo de todo lo creado, de todo lo que existe, de todo lo que tocas. Mil es apenas uno (un poco acompañado).
284. Si entiendes esta clave, por fin te darás cuenta que trabajar por uno, cosa que nadie hace, es mucho más posible, porque es mucho más fácil de conseguir que mil (y uno y mil son iguales).
285. Ahora si tú lees la estrofa número uno verás que tiene veinte palabras muy bonitas. Este veinte es un dos y el dos es la charada: “Un uno, sin un dos, no sirve para nada”.
CAMINO A ARICA.
286. Volviendo a nuestro cuento, yo viajaba en silencio, miraba la ventana, (tanta gente durmiendo) el conductor fumaba, el camino era lento, había mucha tierra que se colaba dentro.
287. El motor ronroneaba una canción de cuna, monótona y pesada y me quedé dormido, no sé por cuantas horas, pero ya amanecido me desperté cansado, con hambre, entumecido.
288. Yo iba al lado derecho pegado a la ventana. Desperté y un abismo, que nunca imaginé, se extendía allá abajo, debajo de las nubes, no le veía fondo todo era nube y nube.
289. Seguíamos subiendo y las nubes bajando. Salió brillante el sol y debo confesarlo tuve, yo, mucho miedo de rodar el camino, que era una huella, apenas, entre esos cerros vivos.
290. En la Quebrada de Camarones yo tuve mucho miedo, esa primera vez rodando por el norte.
291. Rodábamos muy alto, mi corazón saltaba, la puna, en la cabeza, me dolía en las sienes. Empezó la bajada que duró algunas horas. Estábamos muy alto, más arriba que ahora.
292. De pronto una casa, de cartones y latas, con piedras en el techo y más allá, otra casa. Una calle de piedras, angosta como un cuento, se me asomó a los ojos. Estaba en otro tiempo.
(Continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario