Mientras el dolor está en el subconsciente, dormido, no sentimos dolor, y por tanto, no sabemos que está ahí. Cuando el dolor aflora a la superficie, entonces es cuando sentimos sufrimiento. El dolor se ha “despertado” y nos avisa de que está en nuestro interior. Esto es una oportunidad para nosotros, para saber que siempre estuvo ahí y así poder sanarlo.
Solemos culpar a los demás o a las situaciones cuando estas nos hacen sentir incómodos, molestos, enojados, irritables, y sobre todo cuando sentimos dolor y sufrimiento.
La verdad es que ninguna persona nos causa dicho dolor, ni tampoco puede la situación en sí. Somos nosotros mismos que tenemos ese dolor en nuestro interior. Y la otra persona es quien nos lo está reflejando. Es decir, esa persona está ahí como espejo nuestro; y al sentirnos mal, sufrimos y pensamos que es la persona quien nos ha causado ese sufrimiento, cuando en realidad la persona tan solo nos ha ayudado a que el dolor se despierte, salga a la superficie y de esta manera podamos tomar consciencia de él y sanarlo.
Para sanar, hemos de aceptar ese dolor. Ahora sabemos que está en nosotros y es nuestra oportunidad para iluminarlo. Hemos de observarlo, iluminarlo con la luz de la plena consciencia; siendo testigos.
Observarlo significa, poner atención en el dolor, sin juicios ni pensamientos, simplemente observarlo y abrazarlo con amor y consciencia. Podemos decir en nuestro interior: “Dolor, ahora sé que estás ahí, te abrazo con todo mi amor y mi plena consciencia”.
También podemos escribir en un papel todo lo que sentimos (dolor, negatividad, ira, tristeza, enojo, odio, etc…) y a continuación escribir: “Yo Soy fuente de luz y de amor. Yo soy fuente de aceptación y de consciencia. Abrazo mi dolor y lo transformo en luz. Gracias, gracias, gracias”.
Debes recordar que absolutamente todo lo que te hace sentir una persona, en forma de sufrimiento, no te lo hace sentir esa persona, sino que ese sufrimiento está ya en ti y ha despertado; ha pasado del subconsciente al consciente.
Nunca culpes a nadie, al contrario, agradéceles que estén ahí para que te hayan ayudado a reflejar tu dolor y así darte cuenta.
Todos los dolores que llevamos dentro, en nuestro subconsciente, son karmas que no hemos sanado. Por tanto, se van repitiendo una y otra vez, en distintas situaciones, con diferentes personas, e incluso en vidas posteriores hasta que logres sanarlo.
Ese karma, se repetirá un montón de veces, hasta que lo hayas superado. Cuando lo hayas sanado, ya no se repetirá más, ya no volverás a vivir ninguna situación ni aparecerá ninguna persona que te vuelva a hacer sentir ese mismo dolor.
Pero si ves que en tu vida hay situaciones que se repiten una y otra vez… párate y observa tu alrededor… pon atención en tu interior, sobre todo en qué es lo que sientes y empieza a trabajar con la observación consciente para lograr la sanación.
Cuando estamos en el camino espiritual, la mayoría de las personas, tenemos tendencia a reprimir las emociones y sentimientos de malestar, dolor y negatividad. Los reprimimos pensando que los estamos observando para transformarlos en luz, pero casi nunca es así.
Cuando notamos la más mínima sensación de inquietud y negatividad (somos conscientes de ella), no permitimos que el dolor salga a la superficie. Está ahí enterrado en nuestro subconsciente, despertando y dando señales de alarma… y en cuanto nos damos cuenta de que sentimos un sutil dolor, automáticamente lo bloqueamos, lo reprimimos, no lo dejamos aflorar.
Esto es debido a nuestra mente (ego) que se mueve por hábitos y en cuanto detecta el leve dolor de nuestro interior, recuerda lo mal que se pasa al sufrir, entonces tiene miedo y automáticamente lo rechaza, no lo acepta… nuestra mente dice: “no quiero sentirme mal. Quiero estar bien”.
El dolor no ha podido salir a la superficie y al no sanarlo, vuelve a quedar en la profundidad de nuestro subconsciente, en estado latente (dormido), hasta que otra situación distinta provocará que vuelva a despertar. Hemos de ser muy conscientes de esto, ya que si no permitimos que los dolores salgan (pasen del subconsciente a la mente consciente), no lograremos liberarlos.
Aceptando. En el momento que el dolor despierta y empieza aflorar hacia la superficie, inmediatamente nos sentimos mal, en ese momento tenemos que permitir y aceptar que ese dolor está ahí y que debe salir. Tenemos que sentir ese dolor, a pesar de que es lo que solemos evitar.
Tenemos miedo de sufrir y por eso lo negamos, le damos la espalda y lo dejamos ahí, como un niño indefenso, llorando, que necesita ser abrazado y consolado con amor y compasión. Por tanto, cuando notes que hay algo que te molesta en el interior, un malestar, o un dolor agudo que surge de repente, no lo niegues, no le des la espalda, obsérvalo como si fuera un niño pequeño indefenso, que necesita tu ayuda, necesita un abrazo, necesita de tu amor, de tu luz para poder transformarse y así, liberarse.
Así que siente ese dolor, sin miedo; siéntelo como observador que eres, sentir el dolor pero sin identificarte con él (no te aferres a él, no te dejes arrastrar por él), simplemente mantén un poco de distancia entre tú y el dolor, lo observas como si estuvieras mirando una película de drama, siendo consciente de que ese dolor no eres tú… lo observas sin juicios y luego lo abrazas con compasión y con el amor y la luz de tu consciencia. Puedes decir en tu interior: “sé que estás aquí, no te preocupes, voy a abrazarte y a cuidar de ti”.
Recuerda que el dolor es energía enquistada, bloqueada; son como pelotas de energía que tienen una vibración distinta a la energía que fluye por todo nuestro campo electro-magnético (energía Chi). Estas pelotas no permiten que nuestra energía Chi fluya correctamente, y con el paso del tiempo, causan enfermedades en el cuerpo físico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario