1250. Un día me enfermé del alma y traté de evadirme de la
realidad brutal que me rodeaba.
1251. Había perdido toda noción de lo correcto, de lo que era
incorrecto. Había perdido toda noción de las cosas y no distinguía entre lo que
era y lo que no era. De ese modo y manera no distinguía lo real de lo ilusorio.
1252. Todo lo compraba. Compraba el alimento. Compraba la tierra.
Compraba el amor. Compraba el afecto. Compraba sensaciones. Droga. Vicios, y no
recuerdo haber comprado alguna cosa, siquiera, de la cual pudiera
enorgullecerme hoy. ¿Tal vez un Libro?
1253. Tengo un álbum, entonces, de "conquistas" inútiles
y un currículum vergonzoso con el que
puedo postular a ser jefe de los imbéciles del mundo, con muchas posibilidades
de ganar el cargo.
1254. Vivía la noche, de día. De media tarde. Y en el camino,
entre un burdel y el otro, a veces pasaba por mi casa y seguramente avergonzaba
a mis hijos que jamás se atrevieron a decirme que enderezara rumbo.
1255. Me perdí entre tanto beso sucio y entre las copas rotas que
pagué, generosamente, porque el dinero siempre ha sobrado en los bolsillos de
todo aquel que lo tire, sin medida, en las arcas de Satán.
1256. Yo me acuso entonces, desde estas líneas, de haber cooperado
en la degradación de más de uno y de haber asesinado todos los sagrados
principios de la vida.
1257. Así mi corazón no resistió y amenazó con detenerse porque,
seguramente, entendió que yo era peligroso en este mundo.
1258. Manejaba mi automóvil, una tarde, desde mi casa verde y
rosas hacia el sucio Santiago cuando, de pronto, sentí que me moría.
1259. Mi orgullo amenazado se trizó. Toda mi prepotencia inútil
fue. Había sido mentira la existencia. Mi fortaleza no existía y el dinero que
llenaba mi bolsillo no servía para hacer funcionar, otra vez mi corazón.
1260. Aprendí que la muerte es un segundo y que está, con
nosotros, en cada acto.
1261. Hoy puede ser el final y si lo es nada puede evitarlo.
1262. ¿Sabias tú, que la película completa, de la vida, puede
volverse a ver en un segundo?
1263. Allí descubre, uno, lo que nunca quiso ver pero qué siempre
supo estaba allí.
1264. Y no puedes mentirte ni justificar tus actos. Te estás muriendo,
sencillamente, y no puedes evitarlo.
1265. Así me morí. Esa tarde. En mi automóvil. En plena carretera
y ningún médico pudo salvarme.
1266. A mi funeral, no asistió nadie. Nadie concurrió. No hubo
sentidos discursos ni lágrimas de adiós.
1267. Simplemente morí. Nada más. Mi vieja compañera recibió mi
cadáver y cargó con él como lo hizo antes cuando yo estaba vivo y no lo sabía.
1268. Ante mi ataúd pasaron mis hijos, uno a uno, pero tal vez era
un alivio la partida del padre – bestia que jamás estuvo en casa.
1269. También pasó mi conciencia, vestida de blanco, inmaculada.
Se inclinó y me dijo, al oído, con voz dulce, "te perdono" y se fue.
1270. Dios no estuvo. No vino. Así me quedé solo. Frío. Muerto.
(Continuará...)
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