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viernes, 11 de abril de 2014

LA CLASE POLITICA




           La llamada “Clase Política”; elitista, separatista, clasista, etc., conforma un peligroso getto que nace, exclusivamente, de las ansias de poder de sus miembros, los que aspiran a ser superiores al resto de sus compatriotas con una superioridad distinta a la que da el dinero o la posición social.
           Ellos quieren sentirse superiores a través del poder, detentando este poder que los demás no poseen.
           Por eso llegan al Parlamento, e instantáneamente adquieren “fuero parlamentario” lo que los hace casi intocables, a menos que los intente tocar algún otro político del mismo getto pero con ideas diferentes respecto de como ven las cosas los integrantes de aquella secta.
           Todas las desavenencias políticas ocurren entre ellos mismos y nosotros no tenemos ninguna posibilidad de intervenir porque para ellos no existimos (aparte del tiempo de concurrir a las urnas para mantenerlos, ingenuamente, donde están).
           Un tipo corriente nada puede contra un Senador de la República y sólo puede hacer algo en pro de aquel Senador, cuando le da su voto, lo elige y luego queda separado de él hasta la próxima votación.
           El político disfraza su ambición de poder con el rótulo de “servicio público” y de tanto repetirlo termina creyéndoselo y, lo que es más penoso, creyendo que hace cosas para el bien del país y de sus corrientes ciudadanos.
           Nada más falso, el político siempre antepone sus ambiciones personales a las del pueblo y, una vez conseguido lo que desea para él, le da a los demás una migaja de lo conseguido para mantenerlos contentos y conseguir que vuelvan a votar por él en una próxima elección.
           Por eso las leyes, que ellos mismos crean, no contemplan un examen al candidato, o a los candidatos a dichos cargos, y nadie puede saber, entonces, si el tipo está preparado para realizar dichas funciones en buena forma, o no.
           El Parlamento está lleno de psicópatas y enfermos de la facha. Está lleno de ambiciosos crónicos y de escaladores sociales. Pero lo más terrible es que allí están los “dueños del país”. Los dueños de las tierras, de las riquezas naturales, de las industrias, de los inmuebles, del dinero, etc., de modo que ¿cómo le vamos a pedir a uno de esos legisladores que legisle en contra de sus propios intereses?
           Esto que digo parece tan tonto y, de hecho, lo es. ¿Habrá algo más tonto que elegir a los dueños de las pesqueras y pretender, después, que legisle a favor de los trabajadores de las pesqueras? Habrá algo más tonto que elegir a los dueños de la minería y pretender, después, que legislen a favor de los trabajadores de la minería?
           Una vez le pregunté a un Diputado si le gustaría ser Senador, y me respondió: “Allá arriba hay cinco viejos que son dueños del país y todos trabajan para sus intereses, de modo que no tengo ninguna posibilidad de llegar a sentarme allí”.
           No me extrañó su respuesta, lo que me extrañó es que se haya sincerado. No lo esperaba de un político.
           Hace poco me encontré con él y le pregunté si se iba a postular para un nuevo período y me dijo que no, que estaba cansado de tanta tontería y que se iba a ir al campo a escribir y a descansar.
           Hay un pueblo que trabaja, para que el país y el mundo se muevan, y que tiene la esperanza de que alguno de estos políticos, algún día, llegará al poder y mejorará su salario de hambre y su ninguneidad.
           Por eso se que la esperanza no sirve, y el voto tampoco. Estamos atrapados por los mismos de siempre y los apellidos que se repiten, en nuestros Parlamentos, son los mismos de hace cientos de años.
           Un día estuve, junto a un candidato, en la casa de un poblador. Había un mitin político donde se proclamaría, oficialmente, la candidatura del mentado servidor público. El dueño de la casa no cabía en sí de felicidad y recuerdo que limpió la silla para que se sentara el candidato.
           Afuera había miles de personas esperando para escuchar la palabra del “mejor de todos”.
           El mejor de todos estaba conmigo y cuando nos fuimos el poblador le dio la mano, emocionado hasta las lágrimas, y le dijo algo que nunca olvidaré: “Señor, usted ha honrado mi modesta casa, le doy la mano con emoción porque sé que nunca más lo voy a ver”.

           NOTA: Aquel “mejor de todos” era candidato a la presidencia de la república, fue presidente, no pasó nada, vinieron otros y aquí estamos esperando por el próximo,. “a ver si las cosas mejoran”.
      Yo habría invitado a ese poblador a la casa de gobierno y le hubiera vuelto a dar la mano.

Hubiera sido un lindo gesto. (Por eso es que no pertenezco a la clase política ni soy “el mejor de todos”, soy demasiado tonto para eso).

Fragmento "El Vuelo del Pensamiento" T.F.

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